UN REPORTAGE DE GERARDO ARBAIZA (CONTRA PUNTO) EN SUISSE
Latinoamericanos constituyen el cuatro por ciento de la población suiza, muchos de ellos se enfrentan al desconocimiento de sus derechos y a un país resuelto a detener la inmigración en masa.
Cecilia tiene 10 años de no visitar su natal Perú. Ha salido desde el aeropuerto de Ginebra en un vuelo de dos horas que la llevará a Madrid, para luego hacer una escala en la capital peruana de Lima.
A sus 52 años es una gerente bancaria en Suiza, un empleo altamente redituable, pero según ella, no lo es tanto en comparación con las ganancias que producen otras profesiones ejercidas independientemente en la Confederación Helvética (Nombre oficial de Suiza). La suntuosidad de su nuevo estilo de vida es evidente en el bolso Emporio Armani que cargaba durante el vuelo, y el reloj Longines que lucía en su muñeca izquierda.
Con un castellano un poco moldeado por sus años habitando en la región francoparlante de Suiza, Cecilia comenta que no todo fue fácil para ella. A sus 18 años llega a Suiza, luego de la muerte de su padre, un empresario petrolero en Perú. En Suiza es acogida por una familia de banqueros, caracterizados según ella por tener una vida austera, en contradicción con sus altos ingresos.
Esta familia, relata Cecilia, la obligó a trabajar en oficios domésticos en su residencia, hasta que descubrió, allá por los años 80, que ella podía continuar sus estudios universitarios, debido a sus sobresalientes notas en su país natal. Esto le abrió una perspectiva distinta que la llevó entre otras cosas, a formar una familia con un ciudadano suizo.
Sin embargo, ella es consciente de las situaciones con las que deben de lidiar a diario millares de migrantes indocumentados en su país de adopción, y cree que la desinformación de la que son víctima, no les permite saber que hay una diversidad de instituciones de beneficencia a las que pueden acudir mientras encuentran la forma de valerse por sí mismos.
De los más de 8 millones de habitantes que componen Suiza, estimaciones oficiales sostienen que 1,9 millones son extranjeros, principalmente provenientes de Alemania e Italia. Los cálculos actuales indican que la población de latinoamericanos, entre indocumentados y gente con situación migratoria regularizada, ronda las 80.000 personas.
La migración hacia Suiza es más complicada con respecto a otros países europeos como España, Portugal o Italia. El chileno Claudio Bolzman, profesor en la Alta Escuela de Trabajo Social de Ginebra, explica que en la actualidad, un migrante latinoamericano logra ingresar a Suiza mediante “redes sociales” ya establecidas, es decir, tener relación con gente que ya vive en Suiza y que les puede dar apoyo los primeros meses, ya sea en alojamiento como en empleo.
Otro mecanismo de entrada a Suiza que empieza a cobrar auge es a través de las “segundas migraciones”, o personas que migraron originalmente a un país en Europa, pero que por problemas económicos tuvieron que moverse.
Ese es el caso de Luzmila Rodríguez, una ecuatoriana que con 19 años de edad se mudó a España y en 2013 llegó a Suiza. Rodríguez ha sido beneficiada de la atención recibida en el Centro Intercultural de encuentro e intercambios para las mujeres (RECIF), localizado en la ciudad de Neuchâtel, capital del cantón del mismo nombre situado al noroeste de Suiza, cercano a la frontera con Francia.
Por deseos de explorar otra realidad y tener mejores posibilidades económicas, Luzmila se aventuró a viajar a España, más concretamente Andalucía. Su voz ya denota la adquisición de ese acento, con más de 13 años de haber residido allí.
Después de varios trabajos domésticos, los cuales alternó con esconderse de las autoridades migratorias los primeros dos años de su estadía, logró abrirse paso en el rubro de la hostelería, esto de la mano con la adquisición de la ciudadanía española, a los tres años de ser residente.
Pero debido a los cierres de oportunidades de empleo ocasionados por la crisis económica en España, tanto ella como su esposo (andaluz de nacimiento) optaron por probar suerte en Suiza. Para Rodríguez, no hubo un estigma de persecución de las autoridades cuando llegó a Suiza, dado que ya era ciudadana española, pero tuvo que lidiar con otras limitantes.
Ella reconoce sin rodeos que en los primeros días en Suiza tuvieron que pasar durmiendo en la calle, debido a que recalaron primero en la parte alemana de Suiza, que es el 65 por ciento del territorio nacional y cuya población maneja un importante grado de prejuicio hacia los migrantes, sobre todo si no hablan el suizo alemán, una variante del idioma que no es comprensible para personas en países como Austria o Alemania.
Luego se movieron hacia la “Romandía” (Suiza francesa), cuyos cantones son más abiertos a la recepción de la migración. En dicho sitio, su esposo pudo conseguir un trabajo en un hotel, ayudado por su dominio previo del francés. Su nueva situación laboral le permitió a la pareja alquilar un sitio donde vivir.
Ahora para Luzmila, el reto es poder integrarse en una nueva sociedad con un idioma distinto al castellano, y además poder tener contacto humano para poder mitigar la soledad que le produce no estar empleada y pasar la mayor parte del tiempo en el hogar.
RECIF es un centro dirigido por Nathalie Ljuslin, una suiza hija de madre española y un diplomático sueco, quien perfeccionó su castellano en viajes a América Latina cuando cumplió 18 años.
Solo en 2013, comenta Ljuslin, RECIF ayudó a más de 550 mujeres y 200 niños migrantes de 80 nacionalidades a integrarse, a través de la interacción entre ellos, la visita a asilos de ancianos y también por medio de cursos de francés (el idioma oficial del cantón de Neuchatel y de otros seis cantones que conforman la Romandía).
Rodríguez tiene el anhelo de poder aprender rápido el idioma para poder emplearse nuevamente en la rama de la hostelería, labor que no hace tanto por necesidad, sino porque le gusta. Aunque también guarda la esperanza que la situación en España mejore, ya que considera que su futuro no está en Suiza.
“Me puja España” (…) “En España me siento realizada”, manifiesta Luzmila, quien tampoco se ve regresando de manera permanente a su natal Ecuador, país que no visita desde hace siete años.
Una vida de trabajo, denunciando maltratos y escondiéndose de las autoridades
“Ruth” (la llamaremos así por protección) era una profesional en su natal Bolivia. Trabajaba como maestra y secretaria, hasta llegó a trabajar para Víctor Hugo Cárdenas, el vicepresidente boliviano entre 1993 a 1997. Cuando dicho período de gobierno se acabó, Ruth se quedó con muchas dificultades para solventar los gastos diarios y pagar la educación de sus hijos.
A través de una amiga descubre la posibilidad de ir a trabajar a Ginebra, una de las ciudades más importantes de Suiza y la más populosa de la Romandía. En 2001, Ruth logra obtener la visa de turista a Suiza y luego de un viaje con muchas escalas, llega a su destino.
Ruth llegó a Ginebra a trabajar a una casa amplia, con cuya dueña se comunicaba en ingles. Luego de una jornada de trabajo, la dueña de la casa no quedó conforme con el trabajo doméstico. Ruth relata que la vivienda estaba descuidada tras meses de no hacer limpieza y por si fuera poco tenía que lidiar con un loro mascota, que no la ayudaba en su trabajo.
La señora de la casa le dio en un sobre a Ruth 70 francos suizos (un poco más de 72 dólares) y la despidió diciéndole que “necesitaba alguien que trabajara veloz”, a lo que la boliviana le respondió: “Usted lo que necesita es un robot”.
Esos primeros seis meses en Suiza los pasó con trabajos domésticos temporales, sin tener un puesto de empleo fijo y quedándose en albergues, ya que sus amistades no le pudieron brindar alojamiento por más tiempo.
“Hoy tenemos un lugar para trabajar, mañana no sabemos. Hoy tenemos donde dormir, mañana nadie sabe”, expresa.
Luego de pasar dos años y medio como interna en una casa, empezó a trabajar por horas, a través de las recomendaciones de sus empleadores. Como interna lograba una remuneración de 1.000 francos al mes, pero como trabajadora particular, la paga que recibe es de 20 francos por hora, los cuales se escabullen como agua entre las manos en el caro estilo de vida que tiene una ciudad como Ginebra.
Fue trabajando como interna y a través de asistir a una iglesia que logró conocer sus derechos y cuando es despedida de la casa en la que trabajó por casi tres años, al poco tiempo logra ingresar al Sindicato Interprofesional de los Trabajadores (SIT), una entidad que tiene como banderas de lucha exigir a las autoridades la regulación de trabajadores migrantes indocumentados, principalmente en ocupaciones domésticas.
A lo largo de sus 13 años en Suiza, y pese a las exigencias de entidades como la SIT, nunca ha podido regularizar su situación migratoria en Suiza. La regularización de trabajadores depende mucho de la iniciativa de los cantones, cuyas autoridades deben llevar su pedido a la sede del Concejo Federal, en Berna, la capital de la Confederación Helvética.
El experto en temas migratorios Claudio Bolzman, expone que el sistema de regulaciones en Suiza no funciona de forma colectiva, pese a la exigencia de los cantones, que en la mayoría de casos son Vaud y Ginebra, cantones de la Romandía.
Bolzman aclara que el sistema de regulaciones a indocumentados funciona en la inspección caso por caso, para lo cual se piden requisitos como comprobantes de trabajo (pese a que es prohibido para los inmigrantes indocumentados), además de comprobar que no infringieron la ley en su estadía en Suiza y que no han acudido a ayudas sociales del gobierno.
Con tantas trabas, indica el académico chileno radicado en Suiza desde 1974, el total de regularizaciones no pasa de las 1.000 al año.
A este panorama adverso se enfrenta Ruth, quien dada su experiencia acumulada, ha participado en programas de la televisión suiza romanda y ha escrito publicaciones para revistas, relatando su historia. Actualmente escribe un libro.
También ha participado en manifestaciones callejeras para exigir reconocimiento al trabajo doméstico y el respeto a derechos laborales. Según datos manejados por la SIT, cerca de 7.000 mujeres migrantes están en la misma situación de Ruth, solamente en Ginebra.
El miedo a ser denunciada ante las autoridades es algo constante para la boliviana, quien confiesa que actualmente tiene “un lugar para descansar”, pero del cual no puede dar el nombre.
Pese a su precaria situación, ella todavía tiene que enviar remesas a su tierra, aunque reconoce que no tiene las mismas energías de antes y prefiere no correr, porque admite que “le tiene miedo a caerse”.
“Voy a trabajar hasta que la salud me lo permita”, dice con voz firme, pero con el llanto a punto de brotar en sus ojos.
“Alto a la Masiva Inmigración”, clama la derecha suiza
El 9 de febrero pasado se celebro en toda Suiza un referéndum para votar sobre una propuesta que buscaría detener la migración en masa. Esto lo propuso la Unión Democrática del Centro, también conocida como Partido Popular Suizo, la representación política más conservadora de la Confederación Helvética.
La propuesta derechista ganó con un 50,3 por ciento de los votos, obteniendo una diferencia de 30.000 votos, esto para muchos representa un enfrentamiento entre los cantones suizos alemanes, que son los más resistentes a la inmigración aunque se beneficien de ella, y los cantones romandos, un poco más anuentes a la inmigración.
No obstante, dicha medida se empezaría a aplicar hasta 2015, según explica Denise Efionayi-Mäder, especialista del Foro suizo para el estudio de las migraciones y de la población.
Dicho foro establecido en 1995 trabaja dentro de la Maestría en migración y ciudadanía en la Universidad de Neuchatel, la única de su tipo en toda Suiza.
A lo largo de más de más 200 estudios efectuados por el Foro, se ha podido establecer que la migración es la principal causa de que la población suiza crezca, ya que de 160.000 personas que inmigran al año, 60.000 se quedan.
Efionayi-Mäder señala que el 28 por ciento de la fuerza de trabajo en Suiza es de personas no nacidas en dicho país, y no contar con ellos ocasionaría un colapso en la economía helvética.
Datos manejados por el foro muestran que entre el 10 al 20 por ciento de la población suiza muestra una actitud xenófoba y buena parte de los 8 millones de habitantes no le agrada la idea de recibir refugiados, una población que debido a su condición, es propensa a un enorme control social.
Esta situación debe cambiar, según la académica, quien plantea que, tanto las autoridades como la sociedad, tienen la impresión que una reforma para promover las regularizaciones colectivas de indocumentados, solo serviría para atraer a más gente, no la más deseable de las situaciones entre la sociedad suiza.
Asimismo y a diferencia de otros países, los hijos de migrantes nacidos en Suiza obtienen la misma situación migratoria de sus padres: “En Suiza se reconocer el derecho de la sangre, no de la tierra”, explica por su parte Claudio Bolzman.
Debido a que Suiza es suscriptora de la Convención de Derechos del Niño, se autoriza a los niños sin importar su procedencia a ir a la escuela desde primaria hasta secundaria, la cual es obligatoria. No obstante, al terminar la escuela obligatoria, los jóvenes se encuentran con el valladar que no es del todo accesible continuar con los estudios.
En Suiza existen dos opciones: La escuela post-obligatoria, a la que se puede acceder si se tienen buenas calificaciones, o la preparación vocacional o profesional, la cual es en un puesto de trabajo y a la que los hijos de indocumentados no pueden tener acceso.
“Si quieren venir a Suiza como trabajadores legales, tienen la posibilidad, pero si quieren venir como indocumentados, las posibilidades serán nulas”, sostiene Bolzman, quien agrega que es más fácil que las autoridades procedan a regularizar previamente a personal con profesiones o habilidades demandadas por el mercado laboral suizo, que aquellos quienes ingresan de manera ilegal y que además ejercen trabajos de economía doméstica.
La posición de las autoridades
El ministro de la Seguridad y Economía del Cantón de Ginebra, Pierre Maudet, reconoce el aporte que los trabajadores extranjeros otorgan a la economía cantonal: “Las necesidades de la economía ginebrina no podrían ser satisfechas por la sola mano de obra local. En efecto, la demanda de trabajo indígena es elevada en ciertos sectores de actividades porque la oferta del mercado de trabajo local es a veces mal adaptada o insuficiente. Debe pues serles acudido a trabajadores extranjeros. En Ginebra, los trabajadores inmigrados o fronterizos vienen para colmar una falta”, declaró Maudet como parte de unas preguntas respondidas por correo electrónico.
También resalta el impacto que tiene el trabajo migrante en el progreso de los países emisores de migración.
“La economía ginebrina, y suiza en general, participa también por la presencia de los emigrantes en su economía en la prosperidad de los países de origen. En 2009 por ejemplo los emigrantes en Suiza trasladaron más de 19 mil millones de dólares americanos hacia su país de origen”, expresó el funcionario cantonal.
No obstante, admite que el fenómeno migratorio no puede ser cuantificado en cifras oficiales, y que a la hora de solicitar regularización de indocumentados, tienen las manos atadas para cambiar el actual esquema de regularizaciones caso por caso a una colectiva.
“El encuentro de 2005 entre las autoridades federales y cantonales permitió examinar con un modo más profundo los elementos del expediente de los sin papeles. Desde entonces, Ginebra continuó trabajando con la Confederación en el sujeto particularmente a través de los procedimientos de regularización al caso por caso. Las discusiones de 2005 claramente destacaron que el expediente de sin papeles es ni siquiera una especificidad ginebrina, sino que concierne a todos los cantones suizos”, destaca.
Por otra parte indica que ya se ha empezado a implementar desde este año una política cantonal de integración, la cual integra esfuerzos interdisciplinarios, ya sea públicos como ciudadanos. Sin embargo, Maudet enfatiza que esta política solo es concerniente con inmigrantes legales.
En ese sentido, el cantón de Neuchâtel , próximo al de Ginebra, es un ejemplo de integración de ciudadanos sin importar su condición. Una política de integración sin precedentes fue diseñada por Thomas Facchinetti, actual consejero de la Alcaldía de Neuchâtel.
En 1996 se crea en dicho cantón romando la Ley de Integración y Cohesión Multicultural, la cual garantiza el goce de ciudadanía a quien sea que venga al cantón, sin importar su procedencia, ya que al llegar al cantón, a una persona se le extiende una carta de ciudadanía.
Facchinetti es un convencido que se puede construir Estados sobre la base de la integración o de la segregación. Él más bien opta por la primera variante, en la que todos en el cantón, sin importar su status migratorios, cuentan con la misma calidad de derechos políticos.
Entre otras cosas, la legislación permite la libertad de circulación a indocumentados y que los hijos de estos puedan ir a la escuela. Para Fachinetti, la integración de personas de otras culturas al entorno suizo no es una meta, sino una herramienta para lograr la plena cohesión social.
Esto no significa, aclara el funcionario, que los indocumentados tengan permitido quedarse, ya que reitera que la política migratoria se establece a nivel federal y las peticiones de regulación dependen de los cantones.
Además admite que un cantón y una ciudad como Neuchâtel no atrae la migración de personas, de la misma forma en que lo hacen ciudades más grandes como Ginebra, Zurich o Lausana, a la vez valora que los Estados son los que deben coordinarse entre sí para la regulación migratoria de indocumentados, de forma que se asegure la dignidad de las personas.
Los inmigrantes, sujetos de derecho.
El Colectivo de Apoyo a los Indocumentados en Suiza, se conforma de diversas organizaciones, tanto sindicales, como partidos políticos y organismos de asistencia. Aunque se definen como “Apoyo a Indocumentados”, también se atiende a migrantes en situación legal, en labores de divulgación de los derechos y asistencia a diversas consultas que tengan.
Alessandro de Filippo, miembro del Colectivo, también sostiene que el trabajo del conglomerado tiene un componente de intermediación ante las autoridades, para impulsar reivindicaciones como regularizaciones colectivas, o interceder por inmigrantes que fueron detenidos por la policía. El año pasado se atendieron 400 consultas diversas de asesoramiento, informa De Filippo.
Además la actividad del Colectivo busca colocar reivindicaciones a favor de los inmigrantes en la agenda nacional. De Filippo reconoce que a nivel nacional es difícil posicionar estas temas en la agenda, ya que la gente maneja mentalidades distintas dependiendo de los cantones que proceda.
En otro aspecto, menciona que en los últimos años se han incrementado las atenciones a migrantes provenientes de España, debido a la crisis, así como a centroamericanos, entre ellos salvadoreños y hondureños, quienes alegan estar escapando de la violencia.
El SIT, una división de la Unión Sindical de Suiza (USS), también integra el referido Colectivo y en concreto empezó a trabajar en mecanismos de defensa a indocumentados desde 2001, y a través de su presión sindical se han conseguido importantes reivindicaciones, como darles acceso a un seguro de salud.
Thierry Horner, secretario adjunto de la SIS, expresa que en la actualidad se han inscrito al sindicato 4.000 trabajadores indocumentados.
Otro organismo que efectúa trabajo con los migrantes es Ayuda de las Iglesias Protestantes de Suiza (EPER por sus siglas en francés). Quien dirige la sede en la ciudad de Ginebra es Weimar Agudelo, un colombiano que llegó en 1997 huyendo de la guerra en su país.
Agudelo explica que uno de los ejes de intervención de su trabajo son las permanencias de escucha, en las que se presentan como generalistas y se asesora a indocumentados mediante citas, para poder establecer contactos referentes a donde pueden encontrar empleo, y se les hace conciencia de sus derechos.
A la vez se usa el programa de las ayudas volantes, que empezó como un programa de promoción de salud, y a medida que ha avanzado el tiempo, el programa ha evolucionado.
La mística de la interrelación con los indocumentados, comenta el colombiano, es ponerlos en contacto con aquellas instituciones que pueden asistirlos, pero a las que por miedo o desconocimiento no han acudido.
Otra línea de intervención son las acciones comunitarias, en las que a través de clínicas de teatro, danza, expresión corporal y programas de fisioterapia, se pueda hacer una reflexión acerca de la situación de los migrantes.
“Nosotros no podemos hacer milagros, no podemos pedir permisos para todos los indocumentados, pero eso no quiere decir que ellos no tengan derechos, debido a su condición”, enfatiza.
Uno de esos derechos, recalca, es el de poder tener una consulta médica sin la necesidad de un seguro médico, algo que proporcionan ciudades como Ginebra y Lausana.
El año pasado, tanto él como un asistente que trabaja media jornada en una pequeña oficina situada en el primer piso de un edificio contiguo al Rio Arve, atendieron a 290 personas. Los temas de acceso y permisos laborales, seguros médicos y escolaridad son los más frecuentemente atendidos por la permanencia de consulta del EPER.
La oficina coincide con otro centro que brinda a migrantes de todos los continentes, un sitio de orientación y formación vocacional, en un ambiente en el que olviden sus penas y se sientan entre camaradas con los que pueden jugar una partida de ping pong o armar un rompecabezas.
Dicho lugar es conocido como “La Roseraie”, y es atendido en su mayoría por jóvenes, en su mayoría voluntarios, quienes conviven con inmigrantes recién llegados a Suiza, y sostienen actividades de esparcimiento con ellos, mientras le enseñan herramientas que les pueden servir en la búsqueda de un trabajo, como el manejo del francés.
Agudelo recalca que EPER como La Roseraie, trabajan con metodologías distintas y son independientes una de la otra. La segunda nació en 2001, y hasta 2008 solo se enfocó en atender mujeres. Entre 2008 a 2012 el centro se reconfiguró y admitió a migrantes hombres. Actualmente atiende diariamente a 180 inmigrantes en diversos turnos durante el día.
Estos migrantes empiezan a ser en su mayoría latinoamericanos, principalmente quienes provienen de España y han emigrado a Suiza en busca de mejores oportunidades.
Ese es el destino que comparten « Viviana » y « Carmen » (llamadas así para su protección), dos jóvenes sudamericanas, una chilena y la otra ecuatoriana, quienes dejaron atrás una vida en España a consecuencia de la crisis. El acento “castizo” aflora en su forma de hablar.
Viviana, quien dejó su natal Chile a los 8 años, solía trabajar de asistente administrativa en una empresa logística en España, pero al dejar de ser rentable, hizo una “prueba” de tres meses al venir a Suiza, en la que no le fue bien debido a que no podía abrirse paso, al desconocer el idioma francés. A punto estaba de terminar ese período de prueba, cuando una amiga le informó sobre La Roseraie.
En ese lugar pudo apreciar la calidez de los voluntarios y además concentrarse en clases de francés, que alterna con su búsqueda de un trabajo fijo. Una opción que pudo obtener a raíz de su insistencia fue un trabajo en hostelería, pero ella reconoce que “esto no es un futuro”.
En el caso de Carmen, ella fue a donde estaba su madre, que lleva tres años en Suiza luego de 15 años de vivir en España, a sus 18 años, logró terminar la escuela, pero veía que su padre no tenían empleo, así que optó a ir con su madre.
Ella anhela seguir estudiando en Suiza, ara eso intenta aprender francés para conseguir un permiso de estudiar, lo cual se torna más difícil, al no haber hecho su educación obligatoria en Suiza.
Carmen hace trabajo domestico por horas, pero esto no abona a poder conseguir un permiso de trabajo, para lo cual necesita de un trabajo fijo, al igual que Viviana. Carmen optó por venir a La Roseraie, debido a que consideró que las clases de francés eran mejores allí que en la iglesia a la que asistía.
Con su madre y su hermana menor, viven en una “cámara”, que es una habitación con baño y cocina, algo más pequeño que un apartamento. En la ciudad de Ginebra, la crisis habitacional es tal, que se llega incluso a alquilar diariamente el derecho a dormir en una litera dentro de un estudio, junto con por lo menos otras seis personas.
Todas estas adversidades, empero, no desaniman a Carmen en su intento por querer sobresalir en Suiza: “Hay que aprender francés, no se puede decir que aquí (Suiza) no se puede hacer nada, hay que buscar y buscar hasta conseguirlo, no rendirse”, sostiene.
Mientras que Viviana espera que su experiencia de perseverancia pueda servir de lección a otros: “Hay ocasiones en las que se puede lograr, otras no (…) Todo mundo tiene derecho a buscarse una vida mejor en donde sea”, afirma la chilena.