Un reportage EQDA
Ya fueron elegidos los magistrados de la JEP y la sociedad colombiana no ha saldado el debate acerca de los castigos para los máximos responsables de crímenes atroces. Dos profesores suizos hablan sobre cómo funciona en su país la justicia y las lecciones de las que puede aprender Colombia.
Aunque ya fueron elegidos los magistrados que conformarán la Justicia Especial para la Paz (JEP), la sociedad colombiana no ha saldado el debate de las penas para los máximos responsables de violaciones de derechos humanos. Hay quienes exigen que los culpables vayan a la cárcel, otros opinan que las penas restaurativas (restricciones de la movilidad sin cárcel, trabajo y reparación de víctimas) son la alternativa para alcanzar la paz.
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La pregunta de fondo es el modelo de justicia. Más aún cuando el país atraviesa una honda crisis carcelaria. Como una decisión para acabar con la guerra entre el Estado y las Farc se acordó darle prevalencia a la justicia restaurativa sobre la punitiva. Es decir, los responsables de delitos de lesa humanidad no tendrán cárcel si cumplen con penas alternativas, esclarecen los hechos y reparan a sus víctimas.
Jean Zermatten, quien fue juez de menores durante 25 años en Suiza, y Philip Jaffé, psicólogo que trabajó durante varios años en penitenciarías de alta seguridad en Estados Unidos, hablan sobre cómo el modelo que aplican en Suiza para menores puede dar luces a la hora de impartir justicia. Tan sólo el 5 % de quienes pasan por ese sistema reinciden, y aunque estos profesores suizos saben que el contexto colombiano es muy diferente al de su país, hay aspectos que Colombia podría tener en cuenta.
¿Qué opinan de las penas alternativas a la cárcel en Colombia?
Jean Zermatten: Decir si es bien o mal no se puede desde el exterior. Los diálogos buscaban paz, pero el sentimiento de injusticia no se puede negar. Puede que los instrumentos simbólicos, superen el sentimiento de injusticia que pueda haber.
Philipp Jaffé: Hay que encontrar un equilibrio, porque la justicia siempre es simbólica. Si tú has perdido a alguien, nunca lo vas a recuperar. Incluso matando al verdugo, la gente nunca queda satisfecha. Es una elección social aceptar o no el simbolismo.
Ustedes son expertos en justicia juvenil, ¿creen que ese modelo suizo puede servir para los adultos?
J.Z.: Sí, debe haber una lógica gradual. La justicia juvenil también sirve para iluminar la justicia para adultos. Cuando hubo medidas que funcionaron para niños, también se implementaron para adultos.
¿Cómo es el tratamiento judicial a los menores de edad en Suiza?
J.Z.: Cuando un niño comete el delito, el juez tiene que investigar el contexto en el que creció: biografía, psicología y medio social, para analizar si necesita ayuda. Si es el caso, hay distintas medidas para ayudarlo, como mandarlo a un psicólogo o un tratamiento contra las drogas. Si no es el caso de ayudas de este tipo, hay varios castigos, no se llaman “penas”, y tienen relación con la disciplina. Primero se puede reconvenir, luego impartir cursos, trabajos, multas (para jóvenes mayores de 15 años) y lo último es la privación de la libertad. Hay un nuevo tipo de medidas que funciona bien: la mediación que permite salir del tribunal y poner al autor del delito con la víctima frente a frente con la ayuda de un mediador que facilita la discusión. Si hay un acuerdo, queda resuelto el caso sin pasar por el tribunal
¿La visión de minimizar la cárcel se mantiene incluso con los adultos?
J.Z.: Los objetivos de ambas justicias son totalmente distintos. Con los niños se utiliza una lógica de protección y de ayuda, no una lógica represiva o punitiva. Cuando la persona tiene 18 años, el cambio es brutal.
¿Las penas que les imponen a los niños pueden servir para sociedades en que los jóvenes cometen crímenes mucho más graves?
J.Z.: Sí, se puede aplicar esta lógica. El tema es tratar y no castigar a los jóvenes con la represión. Hay medidas que son mucho más baratas que pagar un guardia para la custodia y comprar detectores de metales. Se puede hacer un acompañamiento social, familiar, recurrir a la mediación, al trabajo de interés colectivo. Debemos preguntarnos por qué cometieron esos crímenes graves.
P.J.: Somos conscientes de que en Colombia y en otros países los retos son mayores, que hay problemas de delincuencia organizada, de narcotráfico y un conflicto armado de décadas. La respuesta social debe focalizarse en estos puntos críticos con una lógica distinta. No se puede simplemente neutralizar a la persona, también hay que educar, dar un tratamiento y un apoyo para que la persona pueda resocializarse.
¿Qué piensan de que en países como Colombia bajen la edad del juzgamiento de los menores?
J.Z.: Eso es un error, porque si se baja la edad para impartir castigos, se quitan dos años de protección y de posibilidad de educarse. El derecho a la protección y a la justicia juvenil forma parte de la Convención sobre los Derechos del Niño.
P.J.: Bajar la edad es como admitir que hubo un fallo social de parte de los adultos. Es una solución facilista. Víctor Hugo decía que por cada escuela que se abre, se cierra una cárcel.
¿Qué piensan de incrementar las penas?
J.Z.: Aumentar las penas significa exclusión y cuesta dinero. Al fin y al cabo, a estas personas que quedaron excluidas es muy difícil integrarlas al salir de la cárcel.
P.J.: Es muy curioso, siempre se encuentra dinero para construir una cárcel. El coste de un día de cárcel es muy alto. Cuando tú tienes hijos y ellos hacen algo malo, no los vas a excluir o a decir que ya no hacen parte de la familia. Deberíamos tener la misma lógica con niños que cometieron delitos en contra de la sociedad.
¿Cómo lograron que los delitos sean en mayor medida menores?
J.Z.: Eso tiene que ver con las condiciones socioeconómicas en Suiza. Acá es obligatorio ir a la escuela hasta los 15 años. Y el 92 % de los jóvenes siguen formándose después. Por el contexto, los delitos son pequeños y se cometen el viernes en la noche, con un poco de alcohol.